- 10 Dec, 2025 *
Dos décadas atrás, leyendo sobre la Revolución Industrial, entré en contacto con la historia del movimiento ludista. Este movimiento comenzó a fines del siglo XVIII pero su ápice fue en el siglo XIX. Viendo cómo su arte y su fuente de renta, estaban siendo robados por máquinas, artesanos ingleses se unieron en una lucha (desigual) contra estas: entraban a las fábricas y rompían las máquinas, así de simple. Consideraban que siendo trabajadores calificados, no podían simplemente ser reemplazados por máquinas operadas por trabajadores que carecían de un mínimo de conocimiento del arte en cuestión.
(Un ludista mostrando el camino de la analogía y la vuelta a la medievalidad e…
- 10 Dec, 2025 *
Dos décadas atrás, leyendo sobre la Revolución Industrial, entré en contacto con la historia del movimiento ludista. Este movimiento comenzó a fines del siglo XVIII pero su ápice fue en el siglo XIX. Viendo cómo su arte y su fuente de renta, estaban siendo robados por máquinas, artesanos ingleses se unieron en una lucha (desigual) contra estas: entraban a las fábricas y rompían las máquinas, así de simple. Consideraban que siendo trabajadores calificados, no podían simplemente ser reemplazados por máquinas operadas por trabajadores que carecían de un mínimo de conocimiento del arte en cuestión.
(Un ludista mostrando el camino de la analogía y la vuelta a la medievalidad en 1812)
No terminaron bien; el progreso era inevitable y toda la fuerza de la represión cayó sobre ellos. Las máquinas ganaron y los luditas tuvieron que aceptar lo inevitable: la tecnología había llegado para quedarse.
Adelantémonos unos dos siglos y nos encontramos frente a una disyuntiva similar: ¿abandonamos la tecnología que nos permite comunicación y conocimiento instantáneo -celulares, aplicaciones, redes sociales, los chats GPT y similares- o las abrazamos al punto de determinar nuestras vidas?
Identidad sustituta (Surrogates) es una película de 2009 y predice un futuro distópico que ya no parece tan distópico: las personas ya no interactúan personalmente sino a través de sus sustitutos, unos robots que cada uno crea a su imagen y semejanza (o mejor dicho, a semejanza de la mejor versión estéticamente hablando que se pueda tener de uno mismo) y los manda al mundo real. Así las personas tienen “vida social” desde la seguridad de su casa y realiza todas sus actividades cotidianas por medio de estos robots. Como consecuencia, las personas ya ni abren las puertas de sus casas y raramente se encuentran unas con otras.

Digo que el futuro no parece tan distópico porque cuando uno sale a tomar un café o a comer algo, ve amigos con la cara en el celular, ve familias con la cara en el celular (y los hijos en tablets), ve personas “interactuando” con otras por chat, redes sociales, etc mientras están sentadas con personas reales en frente y ve personas que no hablan, como mucho comparten entre ellas lo que están viendo…en sus celulares.
Frente a esto, surgen movimientos de desconexión, abandonar los smartphone y las conexiones virtuales. La realidad es que hoy en día es casi un privilegio poder hacer eso. Por ejemplo, dejar el smartphone es prácticamente imposible: si quiero agendar una consulta con el médico, lo tengo que hacer por la aplicación de la obra social por ejemplo. Si quiero hacer un trámite en el banco (y a pesar de pedir una tarjeta impresa para usar tokens que te autorizan a realizar transacciones), tengo que usar una aplicación. Muchas actividades cotidianas vitales dependen de un smartphone medio pelo (como el mío). Quien vive lejos de la familia y amigos se beneficia del WhatsApp de una forma que solo quien tuvo que buscar teléfonos públicos para usar tarjetas de larga distancia (y comprarlas, y encontrarlas) y que mandaba cartas hasta 2012 como yo, entiende la ventaja (y necesidad) de una aplicación como esa. La Internet es esencial para mi trabajo, ni hablar de permitirme conectarme con mis familiares y amigos que están lejos. Para mí, es maravilloso poder usufructuar de la tecnología.
¿Y cuál es la respuesta entonces?
No transformarse en un ludita pero tampoco buscar sustitutos. Si la tecnología es un medio para un fin, la cuestión es que ese fin no se transforme en el medio por el cual vivimos. Algo simple es pensar qué hacemos con ese tiempo que ganamos con la tecnología. Ya no tengo que ir al banco para hacer ciertos trámites…¿qué hago con ese tiempo ganado? Ya no tengo que recorrer puestos de diarios ni kioskos buscando tarjetas telefónicas ni teléfonos públicos para hablar con mi familia y amigos. ¿Qué hago con ese tiempo ganado? Ya no tengo que ir hasta la mayoría de los médicos para que me den un pedido para exámenes de rutina; hago una consulta virtual, me pasan el pedido digital y solo voy si necesito. ¿Qué hago con ese tiempo ganado?
Otra forma de cuestionarse el uso de la tecnología es, sacando el horario laboral, cuánto tiempo dependemos de los celulares, tablets, computadoras, televisiones y streamings para entretenernos (o distraernos).
Tiempo es una buena medida para no terminar rompiendo celulares como luditas modernos ni creando robots que nos reemplacen.
Tiempo es lo que no tenemos para gastar tan libremente. Que el tiempo sea tu vara.